Estoy intentando recordar en qué momento perdimos la inocencia, la naturalidad y el derecho a tenerla.
En qué momento los encuentros en tu plaza de toda la vida, en la que jugaste de niña, en la que te robaron el primer beso; la misma a la que acudías para protestar y celebrar un acontecimiento....
Pasaron a ser delito.
En qué momento, los paseos por la playa al amanecer acompañada de tu amigo de cuatro patas; las canciones alrededor de una fogata, guitarra en mano, desafinando la espontaneidad y la razón de la juventud; los sueños resguardados por el vaivén de las olas....
Pasaron a ser delito.
En qué momento, el derecho a vivir, a buscarse la vida; prestar un servicio y cobrar por él; trabajar sin declarar lo percibido, ya que cotizar a la Seguridad Social conlleva un coste abusivo y excesivo para quien hace un par de chapuzas al mes y debe alimentar una familia....
Pasaron a ser delito.
En qué momento consentimos a los bancos arruinar nuestras vidas y nuestros sueños; les dejamos echarnos de nuestros hogares e hicieron de nuestras calles sus dominios, prohibiendo acampar en ellas, desplazando tu desgracia al extrarradio, donde las miradas no llegan, donde las penas se esconden y protestar, denunciar y exhibir tus miserias....
Pasaron a ser delito.
En qué momento él dinero acaparó la libertad.
En qué momento consentimos amordazar él progreso.
En qué momento dejamos que pisotearan nuestro recuerdo.
En qué momento los sueños dejaron de ser posibles.
En qué momento él ladrón pasó a ser político.
En qué momento la usura dominó los mercados.
En qué momento las desgracias de muchos se convirtieron en la panacea de unos pocos.
En qué momento él delito... Dejó de serlo.